Lujuria y miedo en los alrededores de la Terminal de Cúcuta

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27.12.2014 a las 18:38 hs 0 274 0



CÚCUTA.- El final de la avenida séptima de Cúcuta podría denominarse de mala muerte. Se siente la inseguridad, el frío de la noche es intenso y el flujo de transeúntes es a pasos acelerados. El constante movimiento de los celadores de los bares que hay en el sector genera desconfianza y miedo. La justicia social, los valores y los principios morales se omiten para sobrevivir.

El ambiente es deprimente desde que empieza el recorrido hasta que termina. Algunos negocios destacan por tener más prestigio que los demás. ‘La Popita’ lleva 27 años dedicado a complacer a los clientes exigentes que lo frecuentan. Cuarentaisiete mujeres prestan el servicio de trabajadoras sexuales a los hombres que buscan diversión.

Tiene una fachada centrada en el erotismo, el aviso que lo identifica permite diferenciarlo de los demás. El jefe de seguridad, ‘Pablo’, es arrogante al momento de contestar preguntas sobre el sitio. Ofreció los datos elementales y nada más. Habló del total de las mujeres que laboran y los servicios de seguridad. No alzó la mirada. Solo se dedicó a arreglar un crucifijo.

En el recorrido se aprecian desempleados, vendedores ambulantes, hombres de la tercera edad que se rebuscan la comida en este lujurioso ambiente. Benjamín forma parte de la lista de ancianos que no tienen familiares que se preocupen por defender sus derechos para vivir tranquilo los últimos años. Transita de arriba abajo, de abajo arriba. Vende tarjetas con mensajes de amor y folletos de amistad. Su vestimenta da tristeza. El pantalón desgastado, la camisa sucia por el andar diario, la mirada opaca y el sombrero desvencijado lo hacen ver como un mendigo.

‘El Triunfo’ es otro de los prostíbulos. Existe hace 20 años y ahí trabajan 35 mujeres a la semana. Prestan el incómodo servicio sexual y complacen a los diferentes tipos de clientes que las frecuentan. Los fines de semana, se dobla el número de prostitutas. La fachada del lugar inspira pobreza. Las instalaciones interiores están mejor adecuadas y son apropiadas para el negocio. Adentro, se refleja la típica atmósfera de clientes que buscan sexo, distracción y alegría en la cama con esas mujeres desconocidas.

‘Omar’ es portero, barman, animador y jefe de seguridad de ‘El Triunfo’. Ríe al comentar las múltiples funciones que cumple en el bar. Es el encargado de hacer valer las reglas del recinto. La idea principal del prostíbulo es hacer gozar a los que lo frecuentan, pero no se puede armar bochinche, pelea o sacar a las mujeres del negocio. Los clientes van desde jóvenes hasta adultos. No hay límite de estrato social, aunque el bar abarque un aspecto de bajo mundo.

Las historias de vida son variadas. Deicy, ‘La Chiquita’, dijo con marcado acento paisa que “la vida es para disfrutarla. No me importa lo que los demás piensen de mí, de lo que hago, pues es por necesidad. Llevo la mitad de mi vida siendo puta. Tengo 28 años. Empecé a cambiar mi cuerpo por comida”.

Escapó de la casa a los 14 años. Sintió que su mamá no tenía cómo darle estudio y prefirió huir. Era menor de edad y no podía trabajar sino en la calle, pero le daba miedo. Una vecina, metida en este negocio de la prostitución, la indujo. Era niña y además virgen. “En el establecimiento que comencé no me dejaban al público. Me ofrecían a los mejores clientes. Llegaban hasta la habitación para que los atendiera y salieran satisfechos”. La nostalgia aflora al recordar esos momentos.

Afuera de un bar sin nombre, con puerta de aspecto rudimentario, dos jóvenes cuidan la calle y una mujer atractiva se les ofrece a los hombres que van por el andén. La vestimenta la delata y muestra con su actitud hostil la carencia de clientes esa noche. Lleva la blusa abierta. El escote tiene estampado de cebra, licra de leopardo, cabello rubio desgastado, maquillaje estrambótico y zapatillas doradas. Camina de izquierda a derecha. Juega con los celadores del bar. Mueve la cabellera para llamar la atención. El cliente de turno usa gorra, pantalones casuales, zapatos deportivos y aspecto interesante. Ese hombre, que no parece frecuentar la avenida, se llevó ‘a la leona en celo’ por el pasillo del bar.

A lo largo de la avenida se pueden contar 10 bares. Algunos con grandes y lujosos avisos; otros, con apariencia desagradable y oscura. Las ‘Residencias Guanaré’ tienen un letrero viejo, opaco y maltratado por los años. Económico y con mujeres mayores. Les dicen “prostitutas jubiladas” y la tarifa es de $5000. Es conocido como ‘los chochales’ y lo frecuentan abuelos, conductores de busetas y vendedores ambulantes de la Terminal.

‘Manuela’, de 32 años, es de Pereira. Lleva 8 años en la profesión desde que llegó a Cúcuta. “Antes de ser esto, trabajaba en una fábrica manipulando máquinas. La fábrica cerró y despidió a todo el personal”. Buscó trabajo y no encontró un oficio decente. “En Cúcuta hay más desempleo que habitantes”, dijo con ironía. La última alternativa laboral fue meterse en ese lugar. El tono de la voz se volvió agudo. “Me tocó. Qué más”. Tiene dos hijos, uno de 12 años y otro de 7. El menor es hijo de un cliente y al que no volvió a ver. Le pagan $20.000 por turno. La familia sabe en lo que labora, pero los niños no.

Al terminar el recorrido el ambiente es de tinieblas y desasosiego. La vida del personal que habita en las noches de Cúcuta es intranquila y delirante.

JUDITH CONTRERAS

judith-m29@hotmail.com

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